132. Esto también se requiere al llevar las primicias al templo (Dt. 26:5)
“Entonces
hablarás y dirás delante de Jehová tu Dios: Un arameo a punto de perecer fue mi
padre, el cual descendió a Egipto y habitó allí con pocos hombres, y allí
creció y llegó a ser una nación grande, fuerte y numerosa”
Como
parte de la normativa dada por Dios respecto de los diezmos, existía la
obligación de recitar una declaración al separarlos. La declaración está
contenida en Deuteronomio 26:5-11
Deuteronomio
26:5-1
Entonces hablarás y dirás delante de Jehová tu
Dios: Un arameo a punto de perecer fue mi padre, el cual descendió a Egipto y
habitó allí con pocos hombres, y allí creció y llegó a ser una nación grande,
fuerte y numerosa; 6 y los egipcios nos maltrataron y nos
afligieron, y pusieron sobre nosotros dura servidumbre. 7 Y clamamos a Jehová el Dios de
nuestros padres; y Jehová oyó nuestra voz, y vio nuestra aflicción, nuestro
trabajo y nuestra opresión; 8 y Jehová nos sacó de
Egipto con mano fuerte, con brazo extendido, con grande espanto, y con señales
y con milagros; 9 y nos trajo a este lugar,
y nos dio esta tierra, tierra que fluye leche y miel. 10 Y ahora, he aquí he traído las
primicias del fruto de la tierra que me diste, oh Jehová.
Antes
de abordar esta declaratoria, es importante entender el significado, natural y
espiritual de la cuestión relativa a las primicias.
Como parte del pacto que Dios estableció con su
pueblo, estipuló que las primicias de los primeros frutos fuesen llevados como
ofrendas al Templo. Este acto tenía un simbolismo inmediato evidente en el
sentido de reconocer las bendiciones de Dios y de otorgarle, en primacía, los
primeros frutos que de la tierra se recogiesen.
Israel tenía dos tiempos para la cosecha: Uno en
primavera y otro en otoño. En primavera se recogían los frutos que por su
constitución natural la tierra daba en esa estación (Éxodo
23:16), pero había otros que por su
misma naturaleza, no fructificaban sino hasta otoño. Lo señalado por Éxodo
23:19 aplicaba a los primeros frutos de la cosecha de primavera.
El
cumplimiento de esta disposición se consideraba una de las siete fiestas de
Dios: Pascua, Primicias, Panes sin Levadura, y Pentecostés —las cuales eran en
primavera—, Trompetas, Expiación, y Tabernáculos —las cuales eran en otoño.
A
esta fiesta también se le conoce con otros nombres: “fiesta de la siega” y “día
de las primicias” (Éxodo 23:16: Números 28:26), así como “fiesta de las
semanas” (Éxodo 34:22), esto por las siete semanas más un día (50 días) que debían
contarse para determinar cuándo habría de celebrarse (Levítico 23:16). En el
Nuevo Testamento se le llama Pentecostés (Hechos 20:16), del griego pentekostos,
que significa quincuagésimo (en este caso: día)
Más allá de esta cuestión material existe una
verdad subyacente en esta fiesta cuya comprensión permite entender el plan de
Dios para con la humanidad para lo cual hay que considerar la misma a la luz
del cumplimento en el Nuevo Testamento de la sombra que representaba en el
Antiguo Testamento.
Como
ya se comentó Pentecostés (del griego
πεντηκοστή, pentēkostḗ, quincuagésimo- resulta de dividir un todo en 50 partes
iguales-), viene de la fiesta de Shavuot. Shavuot (del hebreo שבועות - plural
de Shavúa - שבוע, semana), también se le conoce como la fiesta de las semanas (Éxodo
34:22) pues se contaban siete semanas desde el día siguiente en que se había
ofrecido la gavilla de la ofrenda mecida -primicias- (Levítico 23:15;
Deuteronomio 16:9) lo que daba cincuenta días (Levítico 23:16), cayendo así en
el mes de Siván (Mayo-Junio). Esta
fiesta, la última de primavera, era la fiesta de la cosecha plena (Éxodo 23:16;
34:22) después de las primicias obtenidas cincuenta días antes. En esta fiesta
no se hacía ningún trabajo de siervos (Levítico 23:21).
El
cumplimiento de esta fiesta tiene su referente con la venida del Espíritu Santo
sobre los Apóstoles y Discípulos, precisamente cincuenta días después de la
fiesta de las Primicias, como dice Hechos 2:1-42:
1 Cuando
llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos.
2 Y de
repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el
cual llenó toda la casa donde estaban sentados;
3 y se les
aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de
ellos.
4 Y fueron
todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según
el Espíritu les daba que hablasen.
5 Moraban
entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el
cielo.
6 Y hecho
este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les
oía hablar en su propia lengua.
7 Y estaban
atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que
hablan?
8 ¿Cómo,
pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos
nacido?
9 Partos,
medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en
el Ponto y en Asia,
10 en Frigia
y Panfilia, en Egipto y en las regiones de África más allá de Cirene, y romanos
aquí residentes, tanto judíos como prosélitos,
11 cretenses
y árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.
12 Y estaban
todos atónitos y perplejos, diciéndose unos a otros: ¿Qué quiere decir esto?
13 Más
otros, burlándose, decían: Están llenos de mosto.
14 Entonces
Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo:
Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y
oíd mis palabras.
15 Porque
éstos no están ebrios, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera
del día.
16 Más esto
es lo dicho por el profeta Joel:
17 Y en los
postreros días, dice Dios,
Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne,
Y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán;
Vuestros jóvenes verán visiones,
Y vuestros ancianos soñarán sueños;
18 Y de
cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días
Derramaré de mi Espíritu, y profetizarán.
19 Y daré
prodigios arriba en el cielo,
Y señales abajo en la tierra,
Sangre y fuego y vapor de humo;
20 El sol se
convertirá en tinieblas,
Y la luna en sangre,
Antes que venga el día del Señor,
Grande y manifiesto;
21 Y todo
aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.
22 Varones
israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre
vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros
por medio de él, como vosotros mismos sabéis;
23 a éste,
entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios,
prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole;
24 al cual
Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible
que fuese retenido por ella.
25 Porque
David dice de él:
Veía
al Señor siempre delante de mí;
Porque
está a mi diestra, no seré conmovido.
26 Por lo
cual mi corazón se alegró, y se gozó mi lengua,
Y aun mi carne descansará en esperanza;
27 Porque no
dejarás mi alma en el Hades,
Ni permitirás que tu Santo vea corrupción.
28 Me
hiciste conocer los caminos de la vida;
Me llenarás de gozo con tu presencia.
29 Varones
hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David, que murió y fue
sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy.
30 Pero
siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su
descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase en
su trono,
31 viéndolo
antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el
Hades, ni su carne vio corrupción.
32 A este
Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.
33 Así que,
exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del
Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís.
34 Porque
David no subió a los cielos; pero él mismo dice:
Dijo
el Señor a mi Señor:
Siéntate
a mi diestra,
35 Hasta que
ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.
36 Sepa,
pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros
crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.
37 Al oír
esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles:
Varones hermanos, ¿qué haremos?
38 Pedro les
dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo
para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.
39 Porque
para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están
lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.
40 Y con
otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta
perversa generación.
41 Así que,
los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como
tres mil personas.
42 Y
perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en
el partimiento del pan y en las oraciones.
Jesús ya
les había dicho a Sus discípulos que era menester que Él partiera para que el
Santo Espíritu de nuestro Padre Dios fuese enviado, “Pero yo os digo la verdad:
Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a
vosotros; más si me fuere, os lo enviaré” (Juan 16:7), el cual les revelaría
todas las cosas, “Más el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre
enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo
que yo os he dicho” (Juan 14:26), por eso después de resucitar Jesús se les
apareció a sus Apóstoles “durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino
de Dios” (Hechos 1:3), pero partiendo antes de cumplirse los cincuenta días
(Hechos 1:9) término en el cual habrían de recibir el Espíritu Santo (Hechos
1:4).
Esta fiesta
tiene el referente histórico de su primer cumplimiento en Pentecostés, y a
partir de ahí continúa el Espíritu Santo siendo derramado en todos aquellos
creyentes que una vez bautizados reciben la imposición de manos para ello
(Hechos 8:17; 19:6). A partir de Pentecostés ha comenzado la cosecha plena de
aquellos que en Sus designios, el Padre ha considerado para ser llamados en
esta era (Juan 6:37, 39, 44, 65).
Aquí lo
interesante es la ofrenda mecida que son “dos panes para ofrenda mecida, que
serán de dos décimas de efa de flor de harina, cocidos con levadura” (Levítico
23:17), ¿por qué es interesante?, porque la ofrenda de Primicias era un pan
hecho con “dos décimas de efa de flor de harina amasada con aceite, ofrenda
encendida a Jehová en olor gratísimo; y su libación será de vino, la cuarta
parte de un hin” (Levítico 23:17), este pan de Primicias, como vemos, no tenía
levadura, pues representaba a Cristo,
las primicias, y la levadura es un símbolo del pecado (Mateo 16:5-12), pero en
la fiesta de pentecostés vemos que los dos panes (no uno, sino dos: “Porque él
es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia
de separación” -Efesios 2:14-), sí tiene levadura pues representa a todos los
cristianos que si bien son pecadores han sido rescatados por el sacrificio
redentor de Jesús.
De
esta forma, la sombra relacionada con las primicias apuntaba al período actual
de la era de la iglesia donde aquellos que han de ser salvos en el presente
siglo están siendo recogidos para Dios en la figura de Su iglesia, el Cuerpo de
Cristo, quienes buscan ser cualificados para ser con Cristo reyes y sacerdotes
en el reino venidero.
Deuteronomio
26:5-1
Entonces hablarás y dirás delante de Jehová tu
Dios: Un arameo a punto de perecer fue mi padre, el cual descendió a Egipto y
habitó allí con pocos hombres, y allí creció y llegó a ser una nación grande,
fuerte y numerosa; 6 y los egipcios nos maltrataron y nos
afligieron, y pusieron sobre nosotros dura servidumbre. 7 Y clamamos a Jehová el Dios de
nuestros padres; y Jehová oyó nuestra voz, y vio nuestra aflicción, nuestro
trabajo y nuestra opresión; 8 y Jehová nos sacó de
Egipto con mano fuerte, con brazo extendido, con grande espanto, y con señales
y con milagros; 9 y nos trajo a este lugar,
y nos dio esta tierra, tierra que fluye leche y miel. 10 Y ahora, he aquí he traído las
primicias del fruto de la tierra que me diste, oh Jehová.
Ahora
bien, volviendo sobre la declaración que debía hacerse al separar el diezmo,
declaración contenida en Deuteronomio 26:5-1 y que decía “un arameo a punto de perecer fue mi padre,
el cual descendió a Egipto y habitó allí con pocos hombres, y allí creció y
llegó a ser una nación grande, fuerte y numerosa; y los egipcios nos maltrataron y nos afligieron, y
pusieron sobre nosotros dura servidumbre. Y clamamos a Jehová el Dios de nuestros padres; y
Jehová oyó nuestra voz, y vio nuestra aflicción, nuestro trabajo y nuestra
opresión; y Jehová nos sacó de Egipto con mano fuerte, con brazo
extendido, con grande espanto, y con señales y con milagros; y nos trajo a este lugar, y nos dio esta
tierra, tierra que fluye leche y miel. Y ahora, he aquí he traído
las primicias del fruto de la tierra que me diste, oh Jehová” hay una fuerte
referencia al rescate que Dios hizo de su pueblo cuando éste vivía en esclavitud
en Egipto, de hecho es la relatoría de aquel suceso, ahora bien, ¿qué relación
tienen el rescate por parte de Dios sacándolo de Egipto y el significado de las
primicias?, mucho si es que se entiende espiritualmente la realidad a la que
apuntaba la sombra relativa a una fiesta relacionada precisamente con aquella
salida: la Pascua.
La fiesta de la
Pascua, inicia el calendario de las fiestas de Dios. Esta fiesta era celebrada
por el Pueblo de Israel, conforme a la ordenanza, el 14 de Nisán. Nisán era el
primer mes del calendario dado por Dios a Su pueblo, como es un calendario
luni-solar no corresponde exactamente con el nuestro calendario actual, por lo
que el mes de Nisán cae entre marzo y abril cada año, siendo que
específicamente el 14 de Nisán puede caer en Marzo o en Abril cada año. Nisán
abre el calendario dado por Dios a Su pueblo precisamente cuando la vida
comienza de nuevo cada año, en lo que conocemos con primavera. La Pascua, así
como las restantes fiestas que caen en primavera - Panes sin levadura,
Primicias, y Pentecostés- marcan, al igual que las cosechas tempranas de esa
estación, ese inicio con el que Jesús abrió la consumación del plan de Dios, el
resto de las fiestas - Trompetas, Expiación, y Tabernáculos- de manera
significativa caen en otoño, época de la recolección final de los frutos de la
tierra, con lo que se cumplimenta el plan de nuestro Creador.
De manera
trascendental la Pascua es una sombra del sacrificio redentor que en su momento
haría por toda la humanidad. Pascua (פסחא, Pesaj), significa Pasar en
referencia a cuando el ángel de la muerte pasó por alto las casas de los
hebreos que habían marcado sus muertas con la sangre del cordero evitando la
muerte de sus primogénitos cuando cayó la décima plaga sobre Egipto, esto es
sombra del sacrificio de Cristo cuando derramando Su sangre nos libró de la
esclavitud del pecado y nos salvó de la muerte.
Al igual que el
cordero pascual, Cristo es seleccionado el día 10 de Nisán. El 9 de Nisán Jesús
estaba en Betania (Juan 12:1), al día siguiente, 10 de Nisán, va a Jerusalén y la gente lo aclama como el
que viene en el nombre del Señor, como el rey de Israel (Juan 12:12-13).
La idea de tener
el cordero pascual desde el 10 y hasta el 14 de Nisan era para inspeccionarlo y
estar seguro que cumplía los requisitos dados de ser sin defecto, esto inicia
cuando el 10 de Nisán Jesús echa a los mercaderes del Templo y es cuestionado
por los sacerdotes por hacer eso, es decir, lo estaban examinando, dando Jesús
en sus respuestas prueba de ser sin defecto alguno (Mateo 21:23-27; 22:35-40),
esta examinación no terminaría sino hasta su sacrificio el día 14 de Nisán. Y
todavía previo a este sería revisado por Anás, sumo sacerdote del Sanedrín
(Juan 18:12-14), por Caifás, sumo sacerdote del Sanedrín (Mateo 26:57-68), por
Herodes, rey de Judea (Lucas 23:6-12), y por Pilato, prefecto de la provincia
de Judea (Mateo 27: 1-2, 11-14), en este sentido claramente este último,
Pilato, llega a decir “No encuentro delito en este hombre” (Lucas 23:4).
Ahora veamos
algo impresionante que tiene que ver con el momento en que debía celebrarse la
Pascua, hacerse el sacrificio pascual. ¿Alguna vez te has preguntado de que si
existiera un momento específico y exacto para la Pascua tendríamos un problema
ya que o Jesús la celebró en el momento correcto mientras que Su sacrificio fue
en el momento incorrecto o bien Jesús la celebró en el momento incorrecto y Su
sacrificio fue en el momento correcto? ¿Cómo conciliar estos dos momentos?
La pascua debía
ser celebrada la noche del 14 de Nisán (Éxodo 12:6,8), entre las dos tardes
(Levítico 23:5), el 14 de Nisán (Números 28:6), a la puesta del sol
(Deuteronomio 16:6). Éxodo, Números y
Deuteronomio no dejan lugar a dudas que la celebración de la Pascua sería al
inicio de Nisán (recordar que para Dios los días se calculan de tarde en tarde,
es decir el día comienza caída del sol y termina hasta la siguiente caída del
sol -Génesis 1.5 “la tarde y la mañana de un día”-), por lo que su celebración
sería a la caída del sol, cuando comienza la noche propiamente dicho. Sobre la
cuestión del término las dos tardes de Levítico 23:5 para el sacrificio de la
Pascua, es asombroso como es que Jesús cumplió con las dos interpretaciones
existentes. Para los Saduceos y los Samaritanos “entre las dos tarde” significa
al anochecer, ya que de esta manera definen el período de tiempo que va desde
la puesta del sol a la oscuridad total. Por esta razón ellos sacrificaban al
cordero inmediatamente después a la puesta del sol del 14 de Nisán y es decir
que cenaba al comienzo del 14 de Nisán, como lo hizo Jesús (Mateo 26:20).
Mientras que los fariseos consideraban que “la primera tarde” como el tiempo
posterior a la primera caída del sol, es decir, después del mediodía hasta la
hora novena (las 15.00 hrs.) y la segunda tarde desde la hora novena hasta la
puesta del sol. Por eso sacrificaban al cordero “entre las dos tardes” es decir
entre la novena y la décima hora (entre las 15:00 y 16:00 hrs.) y lo comían a
la noche, es decir al comienzo del 15 de Nisán, por eso después de la Santa
Cena, al día siguiente cuando Jesús es llevado al Pretorio, algunos de los
sacerdotes no entraron para poder luego celebrar la Pascua (Juan 18:28). Jesús
cumplió ambas interpretaciones, que al parecer y solo por esto pueden ser
válidas ya que celebró la Santa Cena al inicio del 14 de Nisán, a la puesta del
sol, iniciando la noche (dejándonos ese memorial para siempre) y a la vez fue
muerto “entre las dos tardes”, es decir, a la hora novena (Mateo 27:45-56),
15:00 horas. Así que tenemos un momento para la celebración (al inicio del 14
de Nisán) y otro para la consumación (14 de Nisán, entre “dos tardes”), siendo
que ambos los cumplió Jesús.
Jesús celebró la
Santa Cena al inicio del 14 de Nisán (Mateo 26:20), fue muerto en la cruz el 14
de Nisán entre dos tardes (Mateo 27:50, 57-60), fue muerto en Jerusalén, dónde
Dios había establecido se celebrara la Pascua (Juan 12:12, 19:4; Marcos 15:25)
aunque fuera de sus puertas como ofrenda por el pecado (Levítico 4:12), y no se
le quebró hueso alguno (Juan 19:36). La sombra de comer la carne del cordero pascual
–lo cual sólo podía hacerlo todo siervo comprado (1 Timoteo 2:6; Romanos 3:25;
Hebreos 10:12)- se clarifica cuando “Jesús [ ] dijo: De cierto, de cierto os
digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis
vida en vosotros” (Juan 6:53).
Sobre esto, el
profeta Isaías predijo el sacrificio supremo de Jesucristo: al señalar que “más
él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo
de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías
53:5). Isaías profetizó además que “Jehová cargó en él el pecado de todos
nosotros” (v. 6). El Mesías iba a ser “angustiado él, y afligido, no abrió su
boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus
trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (v. 7). “Por cárcel y por juicio
fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la
tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido” (v. 8).
El rey David,
cuyos escritos se remontan unos 1.000 años antes de la muerte de Cristo,
también profetizó sobre la humillación y el dolor insoportable que sufriría
Jesús durante su crucifixión: “más yo soy gusano, y no hombre; oprobio de los
hombres, y despreciado del pueblo. Todos
los que me ven me escarnecen” (Salmos 22:6-7). “He sido derramado como aguas, y
todos mis huesos se descoyuntaron; mi corazón fue como cera, derritiéndose en
medio de mis entrañas. Como un tiesto se secó mi vigor, y mi lengua se pegó a
mi paladar, y me has puesto en el polvo de la muerte. Porque perros me han rodeado; me ha cercado
cuadrilla de malignos; horadaron mis manos y mis pies. Contar puedo todos mis
huesos; entre tanto, ellos me miran y me observan” (Salmos 22: 14-17)
Los alcances de
este sacrificio, si bien estaban contenidos en sombra en la celebración de la
pascua judía, serían claramente expuestos en los primeros años de la iglesia de
Dios. Pedro hablando al respecto señalo sobre Jesús en 1 Pedro 2:24 que “llevó
él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros,
estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida
fuisteis sanados”. Pablo escribiendo a los Hebreos señaló en cuanto a Jesús que
“en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio
de sí mismo para quitar de en medio el pecado” (Hebreos 9:26); escribiendo a los Romanos señaló que “Cristo,
cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos” (Romanos 5:6),
escribiendo a los Corintios les dijo que “nuestra pascua, que es Cristo, ya fue
sacrificada por nosotros” (1 Corintios 5:7)
Si bien la
reconciliación que el sacrificio redentor de Jesús con su muerte nos ganó ante
el Padre, el efecto pleno de esto excede incluso lo que pudiéramos decir o
pensar: ser parte de Su familia divina (Efesios 2:19) como reyes y sacerdotes
(Revelación 5:10) y coheredar con Jesús todas las cosas (Romanos 8:32).
De esta forma,
si se considera el sentido espiritual de las primicias presentadas en el templo
referido al período actual de la era de la iglesia
donde aquellos que han de ser salvos en el presente siglo están siendo
recogidos para Dios en la figura de Su iglesia, el Cuerpo de Cristo, quienes
buscan ser cualificados para ser con Cristo reyes y sacerdotes en el reino
venidero, y se relaciona eso con la oración que se tenía que decir al presentar
dichas primicias, oración que apuntaba al rescate por parte de Dios de su
pueblo al sacarlo de la esclavitud de Egipto, referenciado eso con la fiesta de
la Pascua la cual apunta al sacrificio redentor de Jesús, es más que clara que
aquella oración, apuntando a dicho sacrificio, habilitaba a todos aquellos que habrían
de ser como aquellas primicias para que, respondiendo al llamamiento del Padre
para venir a salvación en el presente siglo, llegasen a ser parte de la familia
de Dios.
El
mandamiento contemplado en las leyes mosaicas de que se debe recitar una
declaración al llevar las primicias al templo, sigue vigente más sin embargo
espiritualizado referido a aquel evento que hizo posible que estas primicias
espiritualmente hablando, los elegidos que en el presente siglo están siendo
recogidos para formar parte de la familia de Dios, pudiesen presentarse como
primicias en el siglo presente con la promesa de ser reyes y sacerdotes con Cristo
en el reino venidero.
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