21. No intentar encubrir su crimen (Dt. 13:9)
“sino que lo matarás; tu mano se alzará primero sobre él para matarle, y después la mano de todo el pueblo”
La
relación con Dios, quién es espíritu, debe ser de naturaleza espiritual. Desde
el principio Dios nos dice algo que hemos comprobado con el devenir de la
historia humana: por más buenas intenciones que uno tenga al tratar de
representar a la divinidad es muy fácil que por nuestra naturaleza esto se
desvíe a devociones o cultos que nos alejen del Dios verdadero, viviente,
veraz, por ello en este segundo mandamiento se hace énfasis en no desviar
nuestro culto debido a Dios hacia imágenes hechas por el hombre.
Esto
aplica incluso con aquellos que pudieran parecer venir en nombre de Dios mismo.
Deuteronomio
13
6 Si te incitare tu hermano, hijo de tu madre, o tu
hijo, tu hija, tu mujer o tu amigo íntimo, diciendo en secreto: Vamos y
sirvamos a dioses ajenos, que ni tú ni tus padres conocisteis, 7 de
los dioses de los pueblos que están en vuestros alrededores, cerca de ti o
lejos de ti, desde un extremo de la tierra hasta el otro extremo de ella; 8 no consentirás con él, ni le prestarás
oído; ni tu ojo le compadecerá, ni le tendrás misericordia, ni lo encubrirás, 9 sino que lo matarás; tu mano se alzará
primero sobre él para matarle, y después la mano de todo el pueblo. 10 Le apedrearás hasta que muera, por cuanto
procuró apartarte de Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa
de servidumbre; 11 para que
todo Israel oiga, y tema, y no vuelva a hacer en medio de ti cosa semejante a
esta.
“No
te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni
abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás;
porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los
padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen,
y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos.”
(Éxodo 20:4-6). Este mandamiento en realidad consta de tres partes, las dos
primeras intrínsecamente unidas y la tercera, que contiene una admonición a la
vez que una bendición, que relacionaremos con la frase de Jesús "Consumado
es” (Juan 19:30) más delante.
Las
dos partes que están intrínsecamente relacionadas son (1) “no te harás imagen,
ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra,
ni en las aguas debajo de la tierra”, y (2) “no te inclinarás a ellas, ni las
honrarás”. Después viene una admonición de Dios para que se tome con seriedad
lo que Él prohíbe.
Si
se separan estas dos partes y se toman de manera aislada entra uno en un camino
que bien puede parecerle recto pero su fin ser fin de muerte (Proverbios 14:12).
Este mandamiento no prohíbe per se el
hacer alguna representación artística como pudiera ser un cuadro, una
escultura, que no tenga una finalidad más allá de arte, lo que prohíbe, como
señala la segunda parte del mandamiento es que se hagan con fines y se destine
a inclinarse ante ellas y a honrarlas.
Si
bien durante bastantes siglos las corrientes cristianas mantuvieron la
observancia de esta ordenanza, poco a poco fueron introduciéndose en ciertas
iglesias el uso de pinturas e imágenes de Cristo, la Virgen o los Santos,
primero como parte del decorado religioso, luego como medio de recordatorio y
finalmente como parte de la devoción, pero no fue sino hasta muy tarde en el
Concilio de Nicea II (787 d.C.) que se abordó el tema por la iglesia romana y
se autorizó el uso de pinturas e imágenes de manera devocional, punto que fue
confirmado posteriormente en el Concilio de Constantinopla IV (869-860 d.C.).
El punto anterior debería ser más que suficiente para probar que esta decisión
fue un cambio en contrasentido de lo que durante siglos se había estado
observando.
En
la actualidad, quienes defienden el uso de imágenes o pinturas como parte de la
devoción espiritual utilizan algunos pasajes del Antiguo Testamento sacados de
contexto para ello. Por ejemplo, los querubines sobre el Arca de la Alianza (Éxodo
25:18), las imágenes el Templo de Salomón (1 Reyes 6:23 a 29), o la serpiente
de bronce que hizo Moisés (Números 21:7-9). Tanto los querubines como todo el
decorado del templo cumplían una función simbólica o decorativa, nunca se menciona
que los mismos per se fueran objeto
de culto o veneración. En el caso de la serpiente ésta era una sombra del
sacrificio futuro de Jesús (Juan 3:14), aun así, es interesante como es que,
tal como se comentó al inicio respecto de la facilidad con que se desvía
nuestra naturaleza, esta serpiente con el paso del tiempo comenzó a ser
utilizada de manera devocional por lo que en su momento fue destruida por el
Rey Ezequías (2 Reyes 18:4).
Ahora
bien, hay otro argumento de quienes usan imágenes como parte de su práctica
devocional y es el hecho de que señalan que las mismas no son objeto de
adoración, sino de veneración. De hecho, esto fue una de las discusiones del ya
mencionado Concilio de Nicea II. Los cánones del concilio permiten hacer una
distinción entre el culto dado a Dios (llamado de «adoración» o λατρεία) y la
veneración especial tributada a las imágenes (la palabra griega
"προσκύνησις", proskýni̱sis que significa "veneración").
Así se evitaban ambos extremos igualmente presentes en la cultura oriental: la
adoración de la imagen como si fuera Dios mismo y por otro lado la destrucción
de estas por miedo a la idolatría o por motivos de conveniencia y paz. Pero
este es un argumento engañoso pues el mandamiento no señala la adoración de
imágenes como la prohibición del mismo, sino que claramente se prohíbe la
cualquier representación con la finalidad de inclinarse ante ellas y a
honrarlas, lo cual sí es lo que se hace lo cual puede constarse más
palpablemente en cualquier fiesta patronal de la iglesia romana.
No
hay manera de mover el mandamiento dando interpretaciones diferentes de lo que
él mismo dice, ni siquiera trayendo eventos de las Escrituras donde quiera
apoyarse ese punto de vista cuando nunca se incurrió en lo que aquí se prohíbe.
La frase “inclinarse ante ellas” viene el hebreo תִשְׁתַּחְוֶ֥֣ה que significa inclinarse
en adoración, como homenaje o veneración. La frase relativa a “honrarlas” viene
del hebreo תָעָבְדֵ֑ם֒ referida a hacerse esclavos de, dar servidumbre,
cargar-cultivar-cuidar, trabajarle, venerar, dar culto o adorar. Esto nunca se
hizo en el Antiguo Testamento (por cierto: tampoco en el nuevo), no hay pasaje
alguno que de manera aprobada escrituralmente caiga en esto, al contrario (como
en el caso de la serpiente de bronce) cuando algo ordenado/permitido se desvió
para volverse infracción al segundo mandamiento fue señalado como tal y
corregido.
El
verdadero cristiano no busca las maneras de disminuir o relajar el mandamiento
de Dios mediante razonamientos humanos, filosóficos o teológicos. Si Dios ha
prohibido el hacer cualquier tipo de representación como parte del culto dado y
debido a Él, el cristiano cumple eso y punto. Si existen representaciones
artísticas en el mundo el cristiano las aprecia como tales y punto. Pero no mezcla
una cosa con otra pues sabe cómo es que la desviación del mandamiento es algo
sumamente fácil. “Así que guardaos bien, ya que no visteis ninguna figura el
día en que Jehová os habló en Horeb de en medio del fuego; no sea
que os corrompáis y hagáis para vosotros una imagen tallada semejante a
cualquier figura: semejanza de varón o hembra, semejanza de cualquier animal
que está en la tierra, semejanza de cualquier ave que vuela en el cielo, semejanza
de cualquier animal que se arrastra sobre la tierra, semejanza de cualquier pez
que hay en las aguas debajo de la tierra” (Deuteronomio 4:16-19).
Jesús
en la cruz habló de consumar, lo cual se refiere a realizar algo completamente.
Este consumar tiene que ver con la tercera parte del segundo mandamiento, la que
contiene una admonición, pero también una bendición: “yo soy Jehová tu Dios,
fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la
tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a
millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos”.
Dios
siempre se revela como alguien justo a la vez que misericordioso. Como el “que guarda misericordia a millares, el que
perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado, y que no tendrá por inocente
al culpable ; el que castiga la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre
los hijos de los hijos hasta la tercera y cuarta generación” (Éxodo 34:7); de
la misma forma se nos dice que “Jehová es lento para la ira y abundante en
misericordia, y perdona la iniquidad y la transgresión; mas de ninguna manera
tendrá por inocente al culpable ; sino que castigará la iniquidad de los padres
sobre los hijos hasta la tercera y la cuarta generación “ (Números 14:18); y
Jeremías reitera esto al decirle a Dios “que muestras misericordia a millares,
pero que castigas la iniquidad de los padres en sus hijos después de ellos, oh
grande y poderoso Dios, Jehová de los ejércitos es su nombre” (Jeremías 32:18).
El
colofón del segundo mandamiento establece una correlación directa entre amar a
Dios y guardar Sus mandamientos. Para entender esto primeramente hay que
recordar cuál es la definición que la Palabra de Dios, no el mundo, nos da de
amor. 1 Juan 4:8 nos dice que “el que no ama no conoce a Dios, porque Dios es
amor”, así tenemos que Dios es amor y el que no ama no conoce a Dios. Ahora
bien, debemos de amar, pero ¿cómo? 1 Juan 5:3 nos dice que “este es el amor de
Dios: que guardemos sus mandamientos, y sus mandamientos no son gravosos”, 2 Juan.
1:6 nos dice que “este es el amor: que andemos conforme a sus mandamientos”.
Jesús nos dijo que, si le amamos, guardaremos sus mandamientos (Juan 14:15) y
aclaró que “si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, así como yo
he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Juan 15:10),
siendo sus mandamientos los mismos del Padre ya que como Jesús mismo aclaró “yo
no he hablado por mi propia cuenta, sino que el Padre mismo que me ha enviado
me ha dado mandamiento sobre lo que he de decir y lo que he de hablar” (Juan
12:49).
Consumado
es, completado es, cumplido es, nos habla de ese amor de Jesús al Padre
expresado en cumplir Sus mandamientos y llevar a cabo Su voluntad, ¿y cuál era
esa voluntad? También está relacionada con el amor: “Mas Dios muestra su amor
para con nosotros, en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos
5:8), así que “en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a
Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por
nuestros pecados” (1 Juan 4:10).
En
Juan 15:13 de nueva cuenta se nos muestra el amor completo, total, que Jesús
nos tuvo al señalar que “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida
por sus amigas”. Jesús consumó ese amor en la cruz, pero de igual forma, en el
contexto de la cita anterior, Jesús impele a sus seguidores tanto a permanecer
en Su amor guardando los mandamientos de Dios, como a amarse unos a otros con
ese mismo amor completo y total con el que Él nos amó:
Juan
15
9 Como el
Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. 10 Si
guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado
los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. 11 Estas cosas os he hablado, para que mi
gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido.
12 Este es mi
mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. 13 Nadie
tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. 14 Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que
yo os mando.
Jesús
nunca puso nada entre la relación que Él tenía con el Padre. La obligación de
que “al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” (Mateo 4:10) la tenía muy
clara, tan clara que en sus horas más aciagas señaló “…no se haga mi voluntad,
sino la tuya” (Lucas 22:42).
Es
claro que el hacerse ídolos es algo que condena el segundo mandamiento. “¿De
qué sirve el ídolo que su artífice ha esculpido, [o] la imagen fundida, maestra
de mentiras, para que {su} hacedor confíe en su obra cuando hace ídolos mudos?”
(Habacuc 2:18); “Los que confían en vanos ídolos su [propia] misericordia
abandonan” (Jonás 2:8); “No os volváis a los ídolos, ni hagáis para vosotros
dioses de fundición; yo soy Jehová vuestro Dios” (Levítico 19:4); “Entonces
irán las ciudades de Judá y los habitantes de Jerusalén, y clamarán a los
dioses a quienes queman incienso, pero ellos ciertamente no podrán salvarlos en
la hora de su aflicción” (Jeremías 11:12); “Hijos, guardaos de los ídolos” (1
Juan 5:21); “Por tanto, amados míos, huid de la idolatría” (1 Corintios 10:14);
“Pero en aquel tiempo, cuando no conocíais a Dios, erais siervos de aquellos
que por naturaleza no son dioses” (Gálatas 4:8); “Y el resto de la humanidad,
los que no fueron muertos por estas plagas, no se arrepintieron de las obras de
sus manos ni dejaron de adorar a los demonios y a los ídolos de oro, de plata,
de bronce, de piedra y de madera, que no pueden ver ni oír ni andar”
(Revelación 9:20).
Pero
un ídolo no única y exclusamente puede ser material, también puede ser
inmaterial. Cualquier cosa que se interponga entre uno y el amar “al Señor [nuestro]
Dios con todo [nuestro] corazón, y con toda [nuestra] alma, y con toda [nuestra]
mente y con todas [nuestras] fuerzas” (Marcos 12:30), se convierte en un ídolo.
Ese deseo que se interponga entre uno y Dios es una codicia insana, una
avaricia idolátrica, " Haced morir, pues, lo terrenal en
vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y
avaricia, que es idolatría” (Colosenses 3:5). Y tal vez la peor idolatría sea
cuando uno mismo se pone por encima de Dios pretendiendo abrogarse de lo que
son sus prerrogativas, “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin
es camino de muerte” (Proverbios 14:12).
Jesús
nunca usó alguna imagen, pintura o representación del Padre en su relación con
Él, fue el ejemplo más claro y puro de la relación que nuestro Padre espera de
nosotros. “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es
necesario que adoren” (Juan 4:24), pero tampoco nunca puso Su persona antes que
la voluntad de Padre. La avaricia también es idolatría (Colosenses 3:5), y
Jesús “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que
aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho
semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí
mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses
2:6-8). De nueva cuenta: “…no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).
En
cuanto al amar a Dios y cumplir Sus mandamientos, Jesús consumó, completo,
totalizó de manera perfecta esto. “Porque he descendido del cielo, no para
hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Juan 6:38); “Jesús les
dijo: Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo su obra”
(Juan 4:34); “Por eso Jesús, respondiendo, les decía: En verdad, en verdad os
digo que el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al
Padre; porque todo lo que hace el Padre, eso también hace el Hijo de igual
manera” (Juan 5:19); “Yo no puedo hacer nada por iniciativa mía; como oigo,
juzgo, y mi juicio es justo porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del
que me envió” (Juan 5:30).
El
amar a Dios sobre todas las cosas, el cumplir Sus mandamientos, el no tener
nada que se interponga en el culto, veneración y adoración debida al único Dios
verdadero, viviente, veraz, ni tangible ni intangiblemente hablando, es lo que
permite a Jesús, en cumplimiento a la voluntad del Padre, muriendo por amor a
nosotros, exclamar en la cruz "Consumado es” (Juan 19:30).
El
mandamiento contemplado en las leyes mosaicas de no intentar encubrir su crimen
del promotor de la idolatría, sigue vigente, tanto en lo material como en lo
espiritual, en lo material entendido tal cual se expresa, en lo espiritual para
no tener nada por encima de Dios, tal cual corresponde a todo hijo suyo.

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