196. Cuando un esclavo hebreo queda en libertad, el amo debe darle presentes (Dt. 15:14)
“Le abastecerás liberalmente de tus ovejas, de tu era y de tu lagar; le darás de aquello en que Jehová te hubiere bendecido”
Como parte del pacto que en su momento Dios
hizo con su pueblo, estableció ciertas normativas para el caso de aquellos del pueblo
que, empobrecidos, se vendían temporalmente como esclavos.
Deuteronomio 15
12 Si se vendiere a ti tu hermano hebreo o hebrea, y te hubiere servido
seis años, al séptimo le despedirás libre. 13 Y cuando lo despidieres libre, no le
enviarás con las manos vacías. 14 Le abastecerás
liberalmente de tus ovejas, de tu era y de tu lagar; le darás de aquello en que
Jehová te hubiere bendecido. 15 Y te acordarás de que
fuiste siervo en la tierra de Egipto, y que Jehová tu Dios te rescató; por
tanto yo te mando esto hoy. 16 Si él te dijere: No te
dejaré; porque te ama a ti y a tu casa, y porque le va bien contigo; 17 entonces tomarás una lesna, y
horadarás su oreja contra la puerta, y será tu siervo para siempre; así también
harás a tu criada. 18 No te parezca duro
cuando le enviares libre, pues por la mitad del costo de un jornalero te sirvió
seis años; y Jehová tu Dios te bendecirá en todo cuanto hicieres.
Lo interesante, entre otras cosas, de esta
disposición, es el período para servid como esclavo: seis años siendo libertados
al séptimo. Más allá del entendimiento natural de la disposición anterior hay que
tratar de comprender el entendimiento espiritual que subyace sobre ésta, en este
caso, referido al séptimo año en que los esclavos eran libertados.
Generalmente cuando se aborda el estudio del
número siete, lo primero que se señala, lo primero que se entiende, es que
dicho número apunta a la perfección, pero la perfección no es algo abstracto
sino que, como adjetivo, siempre debe referirse a algo, por ejemplo: un cuadro
perfecto, una escultura perfecta; más sin embargo, la misma noción de
perfección está aunada a algo que es pleno, completo en sí mismo, es decir, no
necesita ni requiere de nada más, por lo tanto es estático, siguiendo los
mismos ejemplos anteriores: un cuadro perfecto, una escultura perfecta, no
necesita se le hagan adiciones, eliminaciones o adecuaciones adicionales.
Más, sin embargo, si vemos el siete en la
Escritura, siempre lo encontraos aunado, no a algo estático, sino a algo
dinámico, ejemplo de ello los siete días de la creación (Génesis 1:1-30;
2:1-3); las siete vueltas que en el séptimo día Israel hace alrededor de Jericó
para que, irrumpiendo en gritos al toque de la trompeta, se cayesen sus
murallas (Josué 6:1-20); las siete veces que Naamán se sumergió en el Jordán
para quedar sano de su lepra (2 Reyes 5:9-14); entre otros. Luego entonces el
siete en la Escritura está aunado, no a algo estático sino a algo dinámico,
pero si el siete es perfección ¿cómo puede ser al mismo tiempo algo dinámico,
cambiante pues?, algo perfecto no debería ser necesario cambiase.
Lo anterior, aunque pareciese una contradicción
no lo es ya que la perfección, en el sentido Escritural, no es impedimento para
el dinamismo ya que la misma característica de la perfección está dada por el
proceso y por el resultado. Veamos. Un proceso perfecto no quiere decir que es
un proceso estático, de hecho, esta misma idea es contradictoria, sino que
siendo dinámico es tal cual debe ser, ni más ni menos, para producir el
resultado deseado; por otra parte, un proceso es perfecto, aparta de lo
anterior, cuando logra un resultado que se es perfecto siendo que, en el caso
de los planes de Dios evidenciados por el número siete, siempre eso es así.
Pero bueno, ya que se señala que el siete en
la Escritura apunta a un proceso que es perfecto ya que es como debe ser,
además de que obtiene resultados que son perfectos, ¿cuál es ese proceso
general al que hace alusión el número siete y cuál es el resultado general
aunado a esto?
En cuanto al proceso general al que el siete
hace referencia en la Escritura, este es relativo al plan de Dios para con la
humanidad, y el mejor referente de esto son las siete fiestas que Dios decretó
para con su Pueblo como parte de su Pacto. Estas siete fiestas son: En
Primavera: Pascua, Panes sin levadura, Primicias, y Pentecostés; y en Otoño:
Trompetas, Día de la Expiación, y Tabernáculos. Las primeras cuatro fiestas ya
se cumplimentaron con la primera venida de nuestro Señor Jesús mientras que las
tres restantes están por cumplimentarse a su segunda venida.
Espiritualmente hablando Pascua se refiere al
sacrificio redentor de nuestro Señor Jesús, Panes sin levadura a la vida que el
cristiano debe vivir en perfección y santidad cuyo centro es Cristo mismo,
Primicias representa a Jesús mismo el cual habiendo sido sacrificio acepto al
Padre se sentó a su derecha con poder y majestad, y Pentecostés apunta a la
venida del Espíritu Santo sobre la iglesia de Dios empezando esto en la iglesia
primitiva y siguiendo a lo largo de estos dos mil años. Por su parte Trompetas
apunta a regreso de nuestro Señor Jesús cuando sus santas y santos sean
resucitados/transformados para iniciar con Él el Reino de Dios en la tierra,
Día de la Expiación apunta a ese momento en que toda la humanidad resucitada
recibirá por primera vez la oportunidad de conocer la verdad para que
aceptándola o rechazándola se granjee salvación o perdición, y Tabernáculos
señala ese momento en que cumplimentado el Plan de Dios para con la humanidad
Él mismo habite entre nosotros y nosotros mismos nos hallamos convertido en un
tabernáculo donde more Dios.
Ahora bien, hablando en cuanto a el resultado
general de aquel proceso relacionado con el siete en la Escritura, este hace
referencia a replicar en nosotros el carácter perfecto y santo de nuestro Padre
Dios. 1 Juan 3:2 señala “amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha
manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste,
seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”; Efesios 4:3 indica
“hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de
Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de
Cristo”; y Gálatas 4:19 menciona “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir
dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros”; siendo que si
seremos como Jesús reflejaremos entonces el carácter perfecto y santo de
nuestro Padre Dios ya que, como dice Colosenses 1:15, Jesús es “…la imagen del
Dios invisible, el primogénito de toda creación”.
Pero, concretamente, ¿a qué se refiere ese
resultado? No tenemos que elucubrar mucho ya que Dios mismo lo ha revelado:
Jeremías 31:33 señala “pero este es el pacto que haré con la casa de Israel
después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré
en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo”, lo
cual es corroborado por Pablo en Hebreos 10:16 añadiendo sobre esto “porque con
una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos
10:14).
De esta forma el siete, escrituralmente
hablando, apunta a un proceso perfecto, perfecto ya que es como debe ser, que
obtiene un resultado perfecto siendo este resultado el que la Ley de Dios, sus
Diez Mandamientos, tanto en su sentido material como en su sentido espiritual,
sean puestos en nuestra mente y en nuestro corazón. ¿Te fijas?, un proceso de siete
aunado a un resultado de diez, ¿habrá alguna parte de la Escritura donde veamos
precisamente esto?, ¡claro que lo hay!
Amos 3:7 señala “porque no hará nada Jehová
el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas”, e Isaías 46:10
señala sobre Dios, en boca de Dios mismo, “que anuncio lo por venir desde el
principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo
permanecerá, y haré todo lo que quiero”, así que si Dios revela lo que va a
hacer a sus profetas y esto lo revela desde el principio, debemos de buscar en
la revelación dada por Dios a los suyos desde el inicio el significado
anterior, siendo que, el principio de todo es el inicio del primer libro de la
Escritura, Génesis, el cual providencialmente en hebreo se llama Bereshit que
significa precisamente “En el Principio”.
En lo que conocemos como la primer semana de
la humanidad, podemos ver el siete representado de manera dinámica por el mismo
proceso creativo, ese siete, referido a aquellos siete días, nos habla de un
proceso perfecto en sí, perfecto ya que fue como debía ser, de hecho en cada
día creativo se señala que Dios vio lo hecho y vio que era bueno, pero el
resultado va más allá de lo creado esos siete días y está repartido a lo largo
de los mismos teniendo que ver con el diez referido esto a la Ley de Dios, ¿y
dónde está ese diez en aquellos siete días creativos?, ¡en su Palabra!
Si tomamos la primer semana de la creación
relatada al inicio del primer libro de la Escritura, Génesis, ¿cuántas veces
esperaríamos leer eso de que “Dijo Dios…”?, algunos creen de inicio que siete
veces pues son siete los días creativos, pero si se lee con detenimiento
aquella primer semana creativa encontramos ¡diez veces en que se señala que
“Dijo Dios…”: Génesis 1: 3, 6, 9, 11, 14, 20, 24, 26, 28, 29. Ese “Dijo Dios…”
hace referencia a la Palabra, tanto escrita, la Biblia, como hecha carne,
Jesús. Sobre esto hay que ser muy claros: La Palabra es tanto escrita como
hecha carne: Deuteronomio 30:11-13
señala “Porque este mandamiento que yo te ordeno hoy no es demasiado difícil
para ti, ni está lejos. No está en el cielo, para que digas: ¿Quién subirá por
nosotros al cielo, y nos lo traerá y nos lo hará oír para que lo cumplamos? Ni
está al otro lado del mar, para que digas: ¿Quién pasará por nosotros el mar,
para que nos lo traiga y nos lo haga oír, a fin de que lo cumplamos?”, esta
cita es más que clara que se refiera a la Palabra escrita, pero Pablo
escribiendo a los de Roma, retoma esa cita explicándola y aplicándola a Cristo
en Romanos 10:6-8 cuando
señala “Pero la justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón:
¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a Cristo); o, ¿quién
descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los
muertos). Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu
corazón...”. De esta forma queda claro que la Palabra escrita y la Palabra
hecha carne son una cosa y lo mismo, es así como aquel proceso creativo de la
primer semana relacionado con siete días en los cuales diez veces se señala
“Dijo Dios…” con relación a su Palabra, apuntan a ese proceso perfecto del Plan
de Dios para con la humanidad, ejemplificado por las siete fiestas de Dios,
donde el resultado perfecto del mismo será que en nuestra mente y en nuestro
corazón esté la Ley de Dios, ejemplificada por sus Diez Mandamientos, con lo
que se replicará en nosotros Su carácter perfecto y santo.
¿Y esas ocasiones en que la Palabra señala
siete cosas que Dios abomina, por ejemplo, Proverbios 6:16-19? Pues nada, es
parte de lo mismo, ya que aquel proceso perfecto al cual nos estamos refiriendo
es como un crisol que nos va refinando donde precisamente esas impurezas que no
deben ser parte de un hijo de Dios son expurgadas de nosotros.
El
mandamiento contemplado en las leyes mosaicas de que cuando un esclavo hebreo
queda en libertad, el amo debe darle presentes sigue vigente, más sin embargo
espiritualizado referido a ese entendimiento de que la liberación del mismo en el
séptimo año apunta a un proceso
perfecto, perfecto ya que se lleva a cabo de la manera en que debe llevarse a
cabo, cuyo resultado también es perfecto ya que consigue replicar en nosotros
el carácter perfecto y santo de Dios al replicar en nuestra mente y en nuestro
corazón la Ley de Dios, conforme a la voluntad del Padre y para Su mayor gloria
en Cristo Jesús.

Comentarios
Publicar un comentario