9. No profanar el nombre de Dios (Lv. 22:32)



“Y no profanéis mi santo nombre, para que yo sea santificado en medio de los hijos de Israel. Yo Jehová que os santifico”

Una vez que se ha reconocido la existencia de Dios, que se la identificado como uno, que se entiende la necesidad de  amarle por sobre todas las cosas, y que por ende se le teme, que en función de esto queda clara la noción de servirle, y consecuentemente seguirle, y que los compromisos y declaraciones que uno haga debe hacerlos en Su nombre, y consecuencia, es buscar imitarle, lo que queda es no profanar su nombre.

La palabra profanar, contenida en la normativa de Levítico 22:32, se ha traducido del hebreo תְחַלְּלוּ֙, ṯə·ḥal·lə·lū, cuyo significado primario es hacer común, dejar libre, pasar al uso ordinario. Profanar tiene la implicación de no distinguir aquello que es sagrado de lo que no lo es (Ez. 22:26) o bien tratar lo sagrado como se trata cualquier cosa de uso general (Éx. 31:14; Is. 56:2, 6;  Ez. 20:13), en otras palabras tratar algo sin el debido respeto.

Respecto de esto, Dios le dice a Su pueblo “Porque desde donde el sol nace hasta donde se pone, es grande mi nombre entre las naciones; y en todo lugar se ofrece a mi nombre incienso y ofrenda limpia, porque grande es mi nombre entre las naciones, dice Jehová de los ejércitos.  Y vosotros lo habéis profanado cuando decís: Inmunda es la mesa de Jehová, y cuando decís que su alimento es despreciable. Habéis además dicho: ¡Oh, qué fastidio es esto! y me despreciáis, dice Jehová de los ejércitos; y trajisteis lo hurtado, o cojo, o enfermo, y presentasteis ofrenda. ¿Aceptaré yo eso de vuestra mano? dice Jehová” (Malaquías 1:11-13).

Así vemos que la cuestión relativa a la profanación del nombre de Dios se da cuando se demeritan sus bendiciones y promesas y cuando por ello se le desprecia, por otro lado es interesante que en la cita anterior la profanación está vinculada a a las ofrendas que presenta ante Dios quien le desprecia profanando así Su nombre.

Cristo a la mujer samaritana le dice “más la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Juan 4:23), es así como las ofrendas materiales que las leyes mosaicas prescribían han sido sustituidas por otras mejores, después de todo “el amarle [a Dios] con todo el corazón, con todo el entendimiento, con toda el alma, y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, es más que todos los holocaustos y sacrificios” (Marcos 12:33),  “porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmos 51:16-17), “por consiguiente, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es vuestro culto racional” (Romanos 12:1).

Es así que no todo aquel que diga “Señor, Señor” realmente honra a Dios y porta su nombre, como hijo suyo, con respeto y referencia, sino que si con sus actitudes, pensamientos, emociones o acciones vilipendia el llamado y las promesas profana ante Dios y ante el mundo el nombre divino, ¿cuál será el resultado de esto? “entonces les declararé [-dice Jesús-]: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:23).

De hecho es interesante que la primer parte de la oración modelo que Cristo nos dejó inicie precisamente con la santificación del nombre de Dios (Mateo 6:9,10). Esto evidencia que finalmente todo lo que somos, hacemos, pensamos, sentimos, es un testimonio ante el mundo de nuestra fe siendo que si ese testimonio no es congruente tendemos entonces a hacer común el nombre divino.

El mandamiento contemplado en las leyes mosaicas de no profanar el nombre de Dios sigue vigente, más sin embargo en la actualidad las ofrendas materiales han sido sustituidas por mejores ofrendas: nuestra propia vida con todo lo que somos y tenemos, por lo que el amar a Dios y en Su nombre amar a los demás, con toda nuestra mente, corazón y fuerzas, siendo sal de la tierra y luz del mundo, testimonia ante las naciones que realmente honramos, veneramos y respetamos el nombre divino como hijos suyos que somos.

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